Principal

Diario YA


 

Carta de Toro Sentado al Gran Jefe de la Monkloa y al Gran Jefe del Vatikano

Laureano Benítez Grande-Caballero

 
En 1855,  el gran jefe seattle «Toro Sentado» escribió al presidente americano Franklin Pierce una carta, en la que le expresaba su opinión sobre la pretensión del mandamás yanqui de comprar las tierras a los indios. Es un antológico manifiesto ecologista, de amor a la tierra y las tradiciones, a las costumbres de su pueblo, en el que manifiesta su perplejidad ante el hecho de que el aire, el agua y el terruño puedan venderse y comprarse, y en el que expresa su repulsa a la civilización del hombre blanco.
Parafraseando su epístola, «Toro Sentado» podría escribir hoy esta carta a los grandes jefes de la Monkloa y del Vatikano ante el horrible sacrilegio de robar el cadáver de Franco, arrancándolo de un lugar consagrado para inhumarlo donde les venga en gana, con la total oposición de su familia, y violentando un sinnúmero de leyes y artículos penales, incluso constitucionales.
«El Gran Jefe de Moncloa manda decir que desea desenterrar a Franco, en lo que está de acuerdo también el Gran Jefe del Vatikano. ¿Cómo podéis profanar una tumba? Esta idea nos parece extraña, porque nadie es dueño de la vida ni de la muerte. Habéis de saber que cada partícula del cadáver de Franco es sagrada para nosotros, pues su sangre circula por las venas de España, por lo cual su tumba es intocable.
Los muertos de los hombres rojos se olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por el lugar que hayan merecido en vida, pero nuestros muertos jamás olvidan esta hermosa tierra hispánica, porque ella es la madre de nuestra Patria, la estrella de nuestros sueños. Somos parte de ella y ella es parte de nosotros.
El Gran Jefe de la Monkloa y el Gran Jefe Blanco de Roma mandan decir que reservarán a Franco una tumba discreta, pero el Valle no se toca, porque el Caudillo es nuestro padre, y nosotros sus hijos, y las tierras de España están regadas con la sangre de nuestros antepasados,
Sabemos que los hombres rojos no comprenden nuestra manera de ser. Su insaciable apetito de venganza devorará España y dejará tras sí sólo un desierto. Tratan a los muertos como si como si fuesen corderos y cuentas de vidrio, como si fueran cosas que se pueden mancillar, saquear y utilizar para conseguir votos… Los grandes jefes quieren despojar a España de sus héroes, sin que les importe. Su insaciable maldad devorará nuestra tierra y nuestra historia, y dejará tras sí sólo un desierto.
No lo comprendo. Nuestra manera de ser es diferente a la vuestra. La vista de vuestras maldades hace doler los ojos al hombre inocente, al patriota.
Pero quizá sea así porque creéis que los que amamos a nuestra Patria somos unos salvajes, unos fachas, y no podemos comprender los entresijos de vuestra fabulosa democracia.
Profanar cadáveres es gravísimo, porque ya ni los fetos pueden estar tranquilos en el vientre de sus madres, ni los ancianos pueden estar en paz en los hospitales, ni siquiera los muertos pueden reposar eternamente en sus tumbas. A esto lo llamáis democracia, el paraíso del hombre en la tierra, y decís que desenterrar un cadáver es una fiesta democrática, en vez de un pecado mortal, un atropello legal. Pero yo no entiendo por qué, si esto es una democracia, una familia no puede enterrar a sus muertos donde lo desee.
No hay ningún lugar en vuestra democracia donde poder ejercer nuestras libertades y nuestros derechos. Pero quizá sea así porque soy un salvaje patriota católico y no puedo comprender las cosas.
La vida y la muerte son algo precioso para nosotros, pero el hombre rojo no quiere entenderlo. Los muertos no pertenecen a los gobiernos, ni a los grandes jefes, sino que pertenecen a su familia, a su pueblo, a la Patria, a la historia, a Dios. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Causar daño a los fallecidos significa mostrar desprecio hacia su Creador. Si contamináis vuestra Patria, moriréis alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios.
¿Y qué clase de vida es cuando el hombre no es capaz de yacer tranquilo en su sepulcro, temiendo el vuelo de los quebrantahuesos, los dientes de la hiena carroñera, el estruendo de las máquinas con las que se desentierran cadáveres?
Soy un patriota católico y no comprendo otro modo de conducta. Hace tiempo hubo miles de católicos y patriotas pudriéndose sobre las praderas y las calles, abandonados allí por el hombre rojo que les disparó desde un camión en marcha. ¿Qué es el hombre sin sus muertos? Si todos nuestros antepasados hubiesen desaparecido, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo lo que ocurre a los antepasados pronto habrá de ocurrir también al hombre. Todas las cosas están relacionadas entre sí.
Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la Patria, debéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de vida de nuestros antepasados. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñados a los nuestros: que la Historia es nuestra madre. Todo lo que afecta a la historia afecta a los hijos de nuestra Patria. Cuando los hombres escupen a sus muertos, se escupen a sí mismos.
No comprendemos lo que será de España cuando nuestros muertos hayan sido profanados, cuando los fetos hayan sido arrancados del vientre de sus madres, cuando nuestros mayores hayan sido eutanasiados, cuando los patriotas hayan sido perseguidos por inicuas leyes a las que llamáis democráticas, cuando los niños no sepan qué sexo tienen ni a qué Patria pertenecen, cuando aprobéis la pederastia como un aspecto más de la «diversidad sexual», cuando el canibalismo sea simplemente la práctica de un derecho gastronómico, cuando nuestras tierras hayan sido separadas en el Leviatán federal, cuando el hediondo olor de la dictadura roja destroce nuestras vidas y nuestras muertes…
¿Dónde está la Patria?: desapareció; ¿dónde el español?: fuese; ¿Dónde el ser humano?: aniquilado.
Termina la vida y comienza la supervivencia».