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Diario YA


 

se vienen sucediendo una serie de cambios que afectan al mapa político de Europa

Cosas que los ciudadanos no logramos entender pero están ahí

Pedro Sáez Martínez de Ubago. Ultimamente se vienen sucediendo una serie de cambios que afectan al mapa político de Europa y demuestran que hay cosas que, bien porque no se explican, bien porque se explican mal, bien porque no se explican con el ejemplo adecuado, el pueblo llano, es decir usted y yo, no logra comprender. Y esa incomprensión se muestra en las dos únicas vías que se tiene para hacerlo, la calle y las urnas.
Se dice, y es verdad, que el gobierno desgasta. Pero esto se aprecia mucho más cuando el ciudadano al que, a mi modo de entender, muy despectiva e irrespetuosamente se denomina “anónimo” o “de a pie”, cuando todos, aunque no salga a diario en las primeras páginas o titulares, tengamos nuestro nombre y apellido (y si no que se lo digan a la Hacienda cuando llegan las fechas de liquidar los impuestos) o nuestro más o menos modesto utilitario, aunque no sea de gama alta ni se cargue su combustible o el salario de su conductor a las arcas del erario público, ve que se sacrifica y se empobrece, se le recortan prestaciones y se le alarga la vida laboral y todo ello sin resultados aparentes.
En recientes y sucesivos comicios, se ha visto que Grecia es incapaz de formar un gobierno que estabilice; que Inglaterra ve amenazada la hegemonía conservadora y en auge el secesionismo escocés; que la república francesa se ha decantado por el socialismo pero con un auge inaudito de la ultradrecha. Que los italianos tienen a un populista al frente de un gobierno que habrá podido salir de cualquier sitio menos de las urnas, y que ha hecho entrar de nuevo en recesión a la tercera economía de la “eurozona”; que en España, el voto del Partido Popular ha desperdiciado  su gran triunfo de 2011, y, ante la inutilidad de un PSOE acéfalo con Rubalcaba y títere con Pedro Sánchez, aparecen engendros como PODEMOS que amenazan con los más truculentos miedos de la II República; o que en la misma Alemania, a pesar de sus cifras macroeconómicas, y los renovados pactos o triunfos de la canciller Angela Merkel, la vida de las clases medias dista mucho de ser la idílica del “Vamos a Alemania Pepe” .
Volviendo a España, los ciudadanos no logramos entender cómo es posible que se incrementen nuestros impuestos, pero se amnistíe a las grandes fortunas que han evadido ilegalmente cientos o miles de millones que han sustraído al control de Hacienda; no podemos entender tampoco, cuando miles de negocios familiares y pequeñas y mediadas empresas han tenido que cerrar, que se usara nuestro dinero, que es el de esos autónomos y pequeños empresarios, para salvar a la banca, que o se niega a prestárnoslo o lo hace con unos intereses abusivos; ni podemos entender entre otras cosas que, mientras se recortan o congelan salarios y pensiones, mientras se alarga nuestra edad de jubilación, mientras se nos cobra más por los mismos o peores servicios sanitarios, mientras se pierde la calidad de la educación pública o mientras se devalúa nuestro patrimonio…
Gran parte de los responsables de las grandes empresas públicas, de nuestras administraciones, locales, provinciales, regionales o nacionales, es decir, la mayoría de quienes por mala gestión nos han conducido al desatroso punto en que nos encontramos (Rato, Pujol, Bárcenas, Mézdez y Toxo, Díaz Ferrán, Urdangarín…) no sólo no vayan mayoriatariamente a la cárcel ni se les pida responsabilidades, como ocurriría con cualquier directivo que obrara así en una empresa privada, sino que se retiren de sus cargos no ya sin condenas sino con indemnizaciones y sueldos multimillonarios que les aseguran el futuro a ellos y sus descendientes; o, como miembros del Parlamento Europeo se refugian en la inmoralidad de las SICAVs.
Con esta política de recortes, más o menos seletivos y restrictivos, impulsada por quien sea y asumida por Rajoy se precipita a los ciudadanos a mayores males, deudas, desahucios… Porque, si el dinero no corre, los ciudadanos no gastan, si los ciudadanos no gastan no se consume y caen la producción, la inversión, el comercio y la industria y si esto cae se genera una crisis en la banca y la economía que hace que los acreedores no puedan cobrar lo que han prestado y los estados tenga que grabar más a los ciudadanos para resarcir a éstos. Toda un círculo vicioso de la pescadilla que se muerde la cola.
¿Cómo saldrá la España de Felipe VI de este pozo en que la hundieron los gobiernos de Juan Carlos I? ¿Cómo se quiere auspiciar ahora nada optimista,   cuando es de dominio casi público que el umbral de la creación de empleo exige un superávit superior al 2%? No parece que los ajustes del Gobierno de Rajoy, ni los proyectos de Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias, mucho menos los centrífugos Arturo Mas e Íñigo Urkullu, ni la embocada Susana Díaz… puedan lograr esto en un breve plazo. Y ya las encuestas casi descartan que el Partido Popular vaya a tener una segunda oportunidad, al menos con el cheque en blanco de la mayoría absoluta.
Mucho hay que reflexionar y cambiar en vez de incumplir tanta promesa imposible o posible pero no deseable. Estamos como estamos, gracias a la gestión de quienes no merecen la confianza de una gran nación como España. Ahora que en Italia vuelve a aflorar la recesión y que el parqué madrileño y otras bolsas europeas llevan días descendiendo, algo que no ayudará a corregir la amenazante política mercantil de Rusia, quizá y por desgracia, se entienda mejor el motivo que indujo a Thomas Carlyle a afimar que “De nada sirve al hombre lamentarse de los tiempos en que vive. Lo único bueno que puede hacer es intentar mejorarlos”, y “la bancarrota es algo grandioso; es el abismo inmenso y sin fondo donde se sumergen y desaparecen todas las falsedades, públicas y privadas”.

 

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