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Diario YA


 

Editorial, lunes 7 de julio de 2008

La cabalgata impúdica que pagamos todos

Un año más, Madrid ha acogido la cabalgata del Orgullo Gay, que ha sido comentada luego con la habitual sarta de embustes tan propia de esta sociedad manipuladora en la que vivimos. La tolerancia es siempre la palabra mágica que sirve de coartada para poder hacer y deshacer con absoluta falta de las más elementales normas de convivencia y educación cívica. Al margen de lo que uno pueda pensar sobre el colectivo homosexual, la célebre cabalgata de carrozas gays es de los espectáculos más siniestros y vergonzosos que el género humano puede protagonizar.

Porque para reivindicar los derechos de la (por ahora) minoría homosexual, no es necesario montar este lamentable show callejero. En el hipotético caso de que los gays y las lesbianas se viesen perjudicados en el ejercicio de sus derechos (mayormente, quienes nos vemos perjudicados solemos ser los “heteros”), no sirve para nada práctico esa exhibición pública de indecencia y falta de moralidad.
 
Es ciertamente penoso que una ciudad como Madrid, donde gobierna el Partido Popular, consienta algo tan chabacano y sucio como ese desfile de personajes abominables, evocadores de los peores rincones del Averno, con su lenguaje obsceno y su presencia impura. Personajes que, además, suelen aprovechar la ocasión para insultar, vejar y calumniar a la jerarquía eclesiástica sin que nadie mueva un dedo para impedirlo.
 
Nosotros creemos que todos los seres humanos somos hijos de Dios, sin distinción de raza o condición sexual. También pensamos que nadie debe verse perjudicado por ser homosexual, y que una persona homosexual tiene todo el derecho del mundo a estar integrado en la sociedad y lograr su felicidad personal. Pero en modo alguno es aceptable que, para reivindicar esos presuntos derechos no obtenidos, se caiga en un ejercicio tan vergonzante de inmoralidad pública; un espectáculo impropio de una sociedad madura y de un país civilizado.
 
Suponemos que el señor Ruiz Gallardón estará la mar de satisfecho después de haber cedido las calles del municipio que preside para que estos sujetos enseñen a los niños madrileños cómo debe uno comportarse en la vida, cómo debe vestirse, cómo es recomendable hablar, cómo conviene presentarse ante los demás. Y seguro que no se ha parado a pensar lo que nos cuesta a todos pagar los impuestos para que luego las administraciones lo despilfarren con estas fiestas de dudosísimo gusto y, sobre todo, de nulo interés general.
 

 

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