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Diario YA


 

El grito de libertad de Ullmann estrenado en el Teatro Real

El Emperador del Atlantis

Fotografía. Javier del Real

Luis de Haro Serrano

Este controvertido título de Viktor Ullman y Peter Kien - libretista-, debe considerarse más que una ópera, una leyenda “ en cuatro escenas”, sube por primera vez al escenario del Real con dos destacadas novedades; la inclusión de un prólogo interpretado por la actriz-narradora Blanca Portillo y la reorquestación para gran orquesta preparada en 2015 por el director musical Pedro Halffter, en una coproducción realizada por este teatro junto con la Maestranza de Sevilla y el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia. Se presentará en Madrid durante cinco funciones.

Ullman y Kien tuvieron la valentía de escribir una ópera contra el fascismo alemán cuando estaban recluidos en el gueto de Terezín. Dada su corta duración – un acto de apenas una hora -, Halffter, ha optado por añadirle un prólogo, basado en tres obras de Ullmann; “el canto de amor y muerte del corneta Christof Rilke, el “adagio in memoriam de Ana Frank”, con quien Ullmann coincidió durante un corto tiempo en el campo de concentración y la “pequeña obertura “El emperador de Atlantis”, realizada a partir de dos movimientos de la sonata nº 7 para piano, también de Ullmann.

Cuenta la historia del hipotético emperador de la Atlántida (un velado retrato de Hitler) que declara la guerra universal de todos contra todos, en la que la muerte, antiguo aliado suyo, será el lider. A pesar de ello esta se rebela, tira la espada y, como consecuencia, nadie fallece. Los médicos certifican que los soldados han contraído una enfermedad en la que no muere ningún súbdito Según los partes de guerra; ¿Bajas? Ninguna. A pesar de los ataques permanentes de los aviones, las toneladas de fósforo y los torpedos terrestres que los asolan a diario no producen ningún efecto. Los enfermos y los heridos que sufren no encuentran la liberación que la muerte les puede proporcionar. Una joven judía y un soldado, militantes en bandos opuestos, al no conseguir matarse, se enamoran y huyen, causando una gran revolución. Ante ese hecho la muerte le ofrece al emperador volver a su trabajo habitual con la humanidad, con una condición, que sea él su primera víctima. Al aceptar, muere y la gente da la bienvenida al alejado personaje.

La partitura de Ullmann recuerda la música de Weill, Hindemith, los grandes corales de Bach y la 2ª etapa de la Escuela de Viena, sin olvidar la luminosidad de las alegres notas del cabaret berlinés, algunas pinceladas de jazz, así como un repetido aire de la sinfonía “Azrel, de Josek Suk.

El compositor fue discípulo de Schomberg y asistente de Zemlisky en Praga. Su origen judío fue la causa de que el final de su vida se produjera en el mismo lugar donde compuso su obra.

Ullmann (1898/1944) y Peter Kien coincidieron como prisioneros en el citado campo de concentración donde sobre 1943 finalizaron su obra. Un lugar horrible que, increíblemente, disponía de unos privilegios especiales – tal vez porque quería mostrarse al mundo como un campo modelo- donde podía disfrutarse de la práctica del teatro e, incluso, de la ópera. De ahí que los autores lucharan porque se celebrara una especie de primer ensayo solo para los internos. Deseo que no consiguieron porque las autoridades alemanas al conocer su contenido la prohibieron.

Por las circunstancias en que fue escrita la ópera, el original se tuvo que componer utilizando ciertos códigos secretos, para que no incidieran en la vida ordinaria de los internos. De hecho, Ullmann preparó dos finales diferentes, de los cuales el Real ha elegido el más adecuado para el desarrollo general de su acción, como es el canto alegórico a la vuelta de la Muerte, con un melodioso adiós alegrándose su presencia, que discurre a través de un delicioso cuarteto final, en el que los protagonistas, satisfechos por su llegada, indican dulcemente. “No usarás el nombre de la Muerte en vano, ni ahora ni nunca”.

Hallffter considera que, además de tener un carácter universal, es un trabajo genial y bellísimo para la historia de la ópera y la humanidad. Representa la auténtica libertad del arte realizada en las circunstancias más duras y extremas por las que alguien pueda atravesar para escribir una obra sarcástica que sirviera de crítica a la conducta de la peor persona que haya creado la humanidad; A. Hitler.

Por razones diferentes los autores murieron en octubre de 1944. Kien como consecuencia de una extraña enfermedad contraída en el propio campo y Ullmann, junto a cerca de un millón de judíos entre los que se encontraban numerosos artistas y pensadores que, tras ser incinerados, encontraron su tumba en las nubes polacas, como tan insistentemente cantó el poeta Paul Celán

Tras las diversas vicisitudes que los respectivos originales tuvieron que atravesar y el tortuoso recorrido que dentro y fuera del campo soportaron, pudo por fin estrenarse el 16 de diciembre de 1975 en el Theater Bellevue de Amsterdan interpretada por la De Nederlandse Ópera sobre una edición revisada y dirigida por el compositor y director de orquesta Kerry Woodwark.

Puesta en escena
Con su particular concepto de la escenografía, Gustavo Tambascio ha trasladado el sentido de esta macabra sátira a un desarrollo teatral muy efectista en todos los aspectos, apoyándose cuidadosamente en la ayuda que para una mejor comprensión le presta un discreto audiovisual. Encierra al tirano en un espacio extraño y supercerrado que carece de ventanas porque no desea comunicarse ni hablar con nadie, solo a través del altoparlante.

El planteamiento escénico general resulta atractivo gracias a la movilidad y colorido de sus extraños personajes, reales unos y alegóricos otros, como el Arlequín – símbolo de la ilusión por la vida-. El prólogo, a pesar de la buena presentación y acción dramática de Blanca Portillo, resulta monótono y aburrido, que no añade nada, más bien todo lo contrario, a la comprensión general de una obra difícil de entender debido a su complejo contenido.

Buena la versión orquestal y la dirección de Pedro Halffter, sumamente difícil para todos debido a los numerosos cambios y variaciones melódicas, que la orquesta titular del Real ha sacado adelante con suficiente brillantez., así como las cuidadas voces de los siete caricaturescos personajes, de los que conviene resaltar la labor de Marco Bulermeter (el emperador), Torben Jhürgens (la muerte) y la española Sonia de Munck (Bulikopf)

Otro aspecto al que parece oportuno hacer referencia es el de la oportunidad de la programación de este título que, a pesar de ser novedoso, no parece encajar muy bien con una semifinal de temporada. ¿No habría sido más oportuno elegir otra obra más significativa y más ligada a la historia de los doscientos años del Real, que ya estamos celebrando todos?