Principal

Diario YA


 

una ametralladora del 12,70 instalada en un vehículo Lince de nuestro Ejército evitaron una masacre en Koulikoso (Malí)

ENTRE MALI Y COLLSEROLA

Manuel Parra Celaya.
La noticia ha ocupado un lugar secundario en los medios españoles, atareados estos días con el seguimiento del juicio de los encausados en el golpe de Estado secesionista ante el Tribunal Supremo y con las estrategias descalificatorias de los partidos políticos en este annus horríbilis electoral: los certeros disparos de una ametralladora del 12,70 instalada en un vehículo Lince de nuestro Ejército evitaron una masacre en Koulikoso (Malí), a las orillas del Níger; el dedo que pulsó el gatillo era, evidentemente, de un soldado español.
Se trataba de uno de los trescientos soldaditos que participan en una operación de adiestramiento de las tropas de esa nación africana; proceden los españoles de la Brigada Galicia, con sede en Pontevedra y de la Brigada de Infantería de Marina de San Fernando. Los hechos -por si algún lector, ocupado por otras novedades no las conoce- son los siguientes: la base Boubacar Sada Sy, donde están destacados nuestros soldados, fue atacada por dos vehículos suicidas dirigidos a la puerta central y por nutrido fuego de fusilería en otros puntos; los agresores eran yihadistas, esos que secuestran a las niñas de los colegios para adoctrinarlas y convertirlas luego en reposo de los guerreros y quienes asesinaron hace pocos días a un
misionero salesiano español en Bourkina Faso.
El primer vehículo cargado de explosivos fue detenido por el fuego de la ametralladora española, obligando al segundo a frenar su carrera mortífera y explosionar lejos de su objetivo; entretanto, se respondía al tiroteo, que duró hasta altas horas de la madrugada, con la huida de los asaltantes. Solo resultaron heridos leves, por la onda expansiva, dos soldados africanos y un civil.
Cambiemos de paisaje: Sierra de Collserola, cercana a mi Ciudad Condal; unas patrullas del Regimiento Barcelona, con sede en el cuartel de El Bruch, junto a la avenida Diagonal, realizaban unos sencillos movimientos tácticos por las cercanías del acuartelamiento citado; la presencia de los uniformes ha incomodado, como otras veces, a los energúmenos separatistas, que han puesto el grito en el cielo (es un decir) y han publicado manifiestos de repulsa por las actividades militares, que, según ellos, asustan a los niños y a los pacíficos viandantes del Camí de les Aigües.
Más de los mismo y escasa originalidad de los pacifistas a la violeta. Son, claro, de la misma cuerda que los medrosos e hipócritas alcaldes y munícipes de diversos pueblos (no solo de Cataluña), que se escandalizan cuando el Ejército español se despliega por montes o campos cercanos a sus feudos. O de quienes se oponen de hoz y de coz a que se instalen pabellones o casetas informativas en los salones dedicados a los estudiantes o festivales infantiles y juveniles. Y no doy más datos, porque acabo de desayunar y no podría contener las náuseas…
Hoy en día, la forma de guerra que es el terrorismo no hace distinción entre primeras líneas y retaguardias; cualquier ciudadano, de Malí, de Barcelona, de París o de Frankfurt está expuesto, como sabemos, al atentado asesino de los fanáticos. Tampoco el soldado español destinado en una de esas misiones que los políticos llaman, eufemísticamente, de paz es distinto del que permanece en su acuartelamiento en territorio nacional. Solo los completos imbéciles -o los cómplices- pueden mantener ese odio, soterrado o explícito, hacia nuestros Ejércitos. Quizás, en el caso de determinadas Comunidades españolas, el odio se añade al
temor de los mandatos constitucionales acerca de garantizar la integridad territorial española; en otras ocasiones es pura estupidez en el seguimiento de lo políticamente correcto, que predica el más puritano pacifismo y crea, a la vez, sociedades inseguras y violentas.
En todo caso, pienso en el soldadito que pulsó atinadamente el disparador de la 12,70 y que salvó así muchas vidas y evitó, a lo mejor, más raptos de niñas y asesinatos de misioneros. Pudo haber sido mi propio hijo. O acaso el pariente indeseado de esos imbéciles que vituperan al Ejército y le niegan el pan y la sal.
Pero hoy, al enterarme de la noticia, mi orgullo de español ha experimentado un considerable subidón, y he salido a la calle tarareando la marcha de La orgía dorada…