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Diario YA


 

HUMANITARISMO Y POLÍTICA

Manuel Parra Celaya.
    Afirmamos, en primer lugar y con rotundidad, que el primero se ha convertido en una hipócrita coartada para los intereses derivados de la segunda; por lo menos, para la línea política que se deriva de los planteamientos ideológicos de la Open Society popperiana (curiosamente coincidente en el primer término anglosajón con la denominación de la ONG española Open Army) y de sus proyectos encaminados a la creación de ese Nuevo Orden Mundial, meta del capitalismo globalizado con la inestimable colaboración de la nueva izquierda.
    Ese humanitarismo, trufado de efluvios de Ejército de Salvación, ha presidido las constantes crónicas televisivas de nuestra enviada especial a bordo del barco frente a las costas de Lampedusa, a modo de culebrón, y que ahora esperamos que continúen en sus dimensiones diplomáticas, judiciales y con repercusión en las relaciones entre partidos en España.
    Por supuesto, no es la primera ve que los televidentes hemos soportado con estoicismo democrático historias de rescates de migrantes para su posterior traslado y establecimiento en tierras europeas; no hemos tenido muy claro, eso sí, de dónde han sido rescatados, si de las costas de sus países de origen o de las balsas y pateras donde los habían depositado las mafias traficantes con seres humanos, a la espera de la oportuna intervención humanitaria de los salvadores.
    Creo que se ha dicho mucho, casi todo, acerca de esta estrategia repetida ad nauseam; lo que ocurre es que no hay peor sordo que el que no quiere oír, o, mas certeramente, que los órganos auditivos de mucha parte de la población están convenientemente obturados con el cerumen de la corrección política, impuesta por la mencionada estrategia.
    De este modo, es del todo inútil afirmar que, según dicen los expertos, se trata en el fondo de la gran sustitución de poblaciones autóctonas por migraciones masivas; que las políticas que promueven la baja natalidad europea (y, sobre todo, española), promocionadas por el mismo Sistema, deben compensarse con un crecimiento casi exponencial de otras poblaciones venidas de otros lugares y de otras culturas; que el multiculturalismo, vendido como panacea de los posibles problemas y fundamento de una convivencia pacífica y cordial, ha devenido en estrepitoso fracaso; que, en consecuencia, se han ido creando guetos masificados y multitudinarios que, no solo contradicen las buenistas y humanitarias declaraciones oficiales, sino que han provocado graves problemas de convivencia y han adoptado, en muchos lugares, formas de violencia personal y colectiva de difícil solución.
    Todo esto está comprobado con creces, pero los resortes de que disponen los Estados y sus mentores supranacionales siguen dando, por lo que parece, excelentes resultados. El primero es la imposición del silencio acerca de los causantes de atropellos, violaciones y otras formas de delincuencia; en este punto, cuentan estos resortes con el apoyo, tácito o expreso, de movimientos defensores a ultranza de la nueva antropología oficial.
    Además de esta política de omertá, se acude a la constante prédica de las supuestas ventajas de esta situación, como la necesidad macroeconómica de la nueva mano de obra en lo tocante a cotizaciones y producción; en este punto, la aquiescencia, también tácita o expresa, corre a cargo de los sindicatos.
    A nadie se le ocurre, por cierto, entrar en la distinción entre inmigrantes, asaltantes y refugiados, categoría esta última que sí debe ser objeto de un verdadero humanitarismo, que, por otra parte, ya está regulado por las leyes internacionales. Tampoco se matiza entre procedentes de culturas próximas o similares, de fácil integración y convivencia, y otros, cuyas improntas culturales son diametralmente opuestas y cuya simple adaptación, aun por encima de las generaciones, es del todo punto imposible. Ni siquiera se hace una lógica criba entre quienes, en busca de mejores condiciones de vida, se aprestan a trabajar y los que, en la seguridad de que han encontrado una tierra de promisión, con toda suerte de dádivas, encuentran en la delincuencia o en la mendicidad su modus vivendi.
    Me temo que, en contra de mi costumbre, me he dejado llevar por conceptos generales o categóricos, aunque la culpa la tienen las crónicas repetitivas de TVE y otras cadenas que no cesan de martillearme en todos los informativos. Pues bien, descendamos a lo concreto, a lo anecdótico si se quiere; démonos una vuelta, por ejemplo, por las poblaciones del Maresme, comarca cercana a la Barcelona hoy tan conflictiva, y, enmascarados como turistas ignorantes e ingenuos o como curitas progres caídos de su limbo, preguntemos a los vecinos si se atreven a salir solos de noche o qué opinan de ese humanitarismo de la política oficial y de las ONG subvencionadas; posiblemente obtendremos -si no hay un amplio auditorio alrededor que pueda albergar chivatos- contundentes respuestas.
 

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