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Diario YA


 

Todos los jueves, en DiarioYa.es, Carlos Gregorio Hdez.

El profesor Carlos Gregorio Hernández

 

Los anticanarios

 

Las principales cabeceras de Canarias abren esta semana con la noticia de que el líder separatista Antonio Cubillo solicita a la ONU la descolonización de Canarias antes de 2010. No estamos ante un hecho novedoso. A finales de la década de los 70 ya sostenía esta propuesta desde la organización terrorista Movimiento por la Autodeterminación del Archipiélago Canario.

En aquellos años los representantes de la Organización para la Unidad Africana que visitaron Canarias para dar su conformidad a las reivindicaciones de Cubillo se encontraron con un espectáculo “asombroso”. Al descender del avión a la tierra que presuponían colonia española no les recibió ningún negro. En el Cabildo tinerfeño los delegados de las organizaciones políticas pudieron explicar, supongo que no sin bochorno, que aquella tierra por esencia, historia y cultura era España, aunque la negritud tampoco quede excluida de la españolidad.

Ahora, en 2008, Cubillo puede permitirse el lujo de que un conocido periódico le de eco a su propuesta y que además se solidarice con ella desde la línea editorial y que incluso otros partidos políticos asimilen su ideario y simbología. Hasta Cubillo nadie, ni siquiera el manipulado Secundino Delgado, pensó nunca en homologar el Archipiélago a África. Era lógico. Pero como 2008 no es 1970 parece necesario explicar que las islas las poblaron aborígenes que fueron traídos a esta tierra y no germinaron de ella. Luego arribaron a sus costas genoveses, mallorquines, castellanos, portugueses y europeos en general, pero no puede escapársenos que la conciencia de canariedad, el querer formar de las siete islas un conjunto, se funda con su españolidad y no antes.

Los aborígenes, a los que bien podríamos llamar precanarios, ni siquiera disfrutaban de unidad en el seno de cada una de las islas. La unidad llegó tras el redescubrimiento del Archipiélago para Occidente en el s. XIII y la posterior creación del Reino de Canarias, que iba a ser parte de la Corona de Castilla. El sello castellano puede verse en instituciones como los Cabildos y en aspectos tales como nuestra “castellanizante” Semana Santa. Desde su arribada a esta tierra la Iglesia, a través de las órdenes religiosas, se preocupó especialmente de conocer las culturas ―no la cultura― que habitaban el Archipiélago para poder evangelizar a sus pobladores. Aquellas culturas eran tremendamente débiles no sólo en lo tecnológico sino en cada uno de los aspectos que conforman una sociedad, tal y como atestiguan las crónicas de un largo proceso que comenzó por la Cruz y no por la espada. La cultura, el cauce que ha marcado el devenir de Canarias, se fraguó a partir de entonces. Tiempo después iba a suceder lo mismo en América, ahora con el intermedio de nuestro venerado José de Anchieta, Apóstol de Brasil, y del palmero José de Arce, que llevó la Fe a Paraguay. Allí sí pudieron llevar su credo a los habitantes en su lengua nativa.

Tampoco nadie hasta Cubillo, ni siquiera en la época en que triunfaban las teorías racistas, había sostenido un concepto étnico de la canariedad. Lógicamente no podía tener cabida. Canarias era en esto también España, una tierra mestiza unida por una cultura y no por una raza. El concepto étnico de la canariedad que sostiene Cubillo llevaría a excluir a hombres que, como Alfredo Krauss, canario cuyo padre alemán se asentó en las islas a comienzos del siglo XX, ha sido el orgullo de nuestra tierra por todo el mundo. Para Cubillo canarios no hay 2 millones sino 800.000. Deja fuera a los europeos, a los peninsulares y a los retornados de América, tanto a los recién llegados y a los que generación tras generación se han ido asentando en el Archipiélago. Es en esto Cubillo un canario extraño por carecer de parientes en el lugar al que tradicionalmente se ha dirigido nuestra emigración. Quizás algún biólogo sea capaz de certificar que el propio Cubillo es un endemismo, probablemente el único ejemplar de sapiens canariensis. Parece ser que se olvida pronto que somos en tanto que otros han sido antes que nosotros.

Quizás la decisión de Cubillo de retomar su viejo papel y especialmente el eco de sus propuestas en los últimos meses guarde relación con el hallazgo de petróleo en los fondos marinos de Canarias y que algunos empresarios interesados en su explotación creían que sólo se podría facilitar desde un estatus político de soberanía. Esta semana se ha producido la resolución del Tribunal Supremo que por fin ha decidido que no existen impedimentos legales para que España pueda trazar en Canarias la delimitación de sus aguas de soberanía. La vinculación entre ambas cuestiones parece incuestionable. Lástima que esta resolución llegue tarde para la flota pesquera del Archipiélago, que ha quedado menguada hasta casi desaparecer, entre otras cosas, por la cuestión de la jurisdicción sobre las aguas. Los retrasos y la premura de la justicia son difíciles a veces de explicar. No parece casual tampoco que Ana Oramas critique ahora la postura soberanista de Coalición Canaria, después de que su partido haya decidido dar cabida en su simbología a la bandera que el propio Cubillo creara como símbolo del separatismo y cuya promoción hemos podido disfrutar a lo largo de todo el proceso. Mientras, la economía canaria pierde fuelle, sube el paro y el potaje continúa camino de convertirse en un lujo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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