Principal

Diario YA


 

Entrevista al historiador cinematográfico Carlos Aguilar, autor de la Guía del Cine

"En el cine la inteligencia y el gusto del público general no se respetan”

Por José Antonio Bielsa Arbiol

No necesita presentación, al menos entre la avezada cinefilia española: el madrileño Carlos Aguilar Gutiérrez (n. 1958) conserva el privilegio de ser el autor del libro de cine más vendido de todos los tiempos en España: la monumental Guía del Cine, conocida antaño como Guía del Video-Cine (7 ediciones) y, en sus orígenes allá en 1985, como Gran enciclopedia del Video-Cine. Ahora acaba de salir a la luz la 6ª edición (en su actual expresión Guía del Cine [Ed. Cátedra]), corregida y aumentada, lo que implica un verdadero acontecimiento en la bibliografía cinematográfica española, por cuanto la Guía, con sus más de 1.800 páginas, supone “el diccionario de películas más extenso y variado en lengua española”.
    En la presente entrevista hablaremos con el autor sobre su obra magna, pero también sobre cine en general, abordando todo tipo de cuestiones relativas a los juicios críticos del autor, sin omitir un hecho más bien preocupante: el actual estado de decadencia, en todos los órdenes, del llamado Séptimo Arte.

***

P.: Cuéntanos un poco, Carlos, cómo fue la génesis de la Guía del Cine, su consolidación en el mercado editorial y, lo que es todavía más importante de cara a su continuidad: su actual demanda y utilidad práctica para con el público de nuestro tiempo, acaso condicionado por Internet y por ello mismo menos proclive a los libros impresos.

R.: Ha transcurrido tanto tiempo que apenas me acuerdo, jajaja. Ahora en serio, desde niño me encantó recopilar datos e información sobre películas, y a los doce o trece años comencé a hacer fichas de todas las que veía, mejores o peores, con las referencias básicas, una calificación del 0 al 10, mi juicio… Estuve haciéndolo hasta los dieciocho o diecinueve años, y esto representó la base del libro. ¡Guardo amorosamente este fichero desde entonces! La primera edición del libro apareció en 1986 y cosechó un éxito sensacional; evidentemente, interesó mi planteamiento de compaginar información objetiva y valoración subjetiva, incluyendo la totalidad del cine español. Exigió un trabajo descomunal, en una máquina de escribir que ni siquiera era eléctrica, imagínate… Desde entonces todas las ediciones se han vendido muy bien, Internet nunca afectó al libro. Las ventas han bajado en la penúltima, pero por culpa de la Crisis, que ha perjudicado dramáticamente al mercado editorial, a cada autor en la medida correspondiente; veremos qué tal funciona esta última edición, aparecida en octubre del 2018. En cualquier caso, pienso que el éxito de la Guía del Cine sigue estribando en ofrecer opinión cualificada sobre una enorme diversidad de películas, desde el cine mudo al año pasado, de todos los países, miles de las cuales carecen de valoración fiable por doquier, incluyendo, por supuesto, Internet. Para mí es como un ser vivo, que vive conmigo desde hace más de treinta años, cambiando y creciendo, en cierto modo exigiendo, y al cual procuro mejorar día tras día, con espíritu crítico y autocrítico.

P.: La Guía es algo más que un diccionario de películas: entraña ella sola toda una concepción de la crítica cinematográfica, de implacable coherencia y comunicación interna entre títulos y filmografías. ¿Quiénes han sido tus grandes referentes (nacionales o extranjeros) a la hora de afrontar el oficio de crítico?

R.: Durante mi etapa juvenil de formación, me interesaban mucho Juan Tébar, José Luis Guarner, Miguel Marías, Luis Gasca, Juan Cobos, Jaime Picas, César Santos Fontenla, Román Gubern… cada uno en la forma correspondiente, como es lógico. Pero no sé si realmente me ha influido alguno de ellos, seguro que un lector atento puede determinarlo mejor que yo.

P.: Una de las señas de identidad de la antigua Guía del Video-Cine era la incorporación, al final de las fichas de cada película, del sello videográfico que había editado dicha película, de allí el título del libro. ¿Qué ha sido -o qué está siendo- de ese público de cinéfilos que solían refugiarse en formatos domésticos tales como el Betamax, el VHS o el DVD?

R.: Pues yo creo que ahí siguen, compaginando el dvd con el blu-ray.

P.: ¿Podrías explicarnos por qué, en general, el grueso de los productos cinematográficos que llegan a nuestras pantallas son tan poco interesantes? ¿A qué se debe tal pérdida de entidad artística y respeto por la inteligencia del público?

R.: Forma parte de una decadencia de la cultura, en particular, y de los valores, en general. Está claro que en las últimas décadas a la mayoría de la gente le cuesta pensar y discernir, concentrarse y reflexionar, forjarse un criterio, adquirir sentido del gusto… Por ende, predomina el entretenimiento fácil, efímero e insustancial. Y es que el gusto no es un don con el que uno nace, o que llueve del cielo. Es un bien, que debe definirse en el espíritu propio, y cultivar disfrutando continuamente de múltiples y magníficas manifestaciones artísticas, a fin de que cuaje y se afine. Resumiendo, en el cine la inteligencia y el gusto del público general no se respetan porque se presupone que dejaron de existir tiempo ha, y por desgracia así es. Además, también faltan en quienes lo financian, lo prueba el irrefutable hecho de que un bodrio de hace cuarenta años resulta respetable en comparación con un bodrio actual.

P.: En las últimas décadas hemos podido observar cómo la puesta en escena académica ha sido liquidada y sustituida por una seudo-estética del montaje y la fragmentación gratuita. ¿Podemos afirmar categóricos que, en líneas generales, el cine ha muerto o está en vías de morir?

R.: Eso me temo. Retomando la pregunta anterior, un bodrio de antes, cuando menos, revelaba eso, puesta en escena, y sentido argumental-narrativo, por destartalado que fuera, mientras que uno actual no, porque se considera que el público se aburrirá si los planos duran más de tres segundos; el objetivo es acelerarlo todo para ocultar, a base de precipitación artificiosa, que no hay nada.

P.: ¿Podría buscarse alguna solución, incluso político-social?

R.: No creo, porque la cultura, en general, cada vez interesa menos a los políticos, encima el cine nunca ha sido prestigioso. Pienso que esto sucede porque la cultura no genera votos, que es lo que buscan los políticos. Además, tengo comprobado que en general la gente realmente culta detesta la política.

P.: ¿Quiénes son tus diez cineastas predilectos, con independencia de dogmatismos académicos?

R.: Son tantos… Pero, digamos, Orson Welles, John Ford, Max Ophuls, Fritz Lang, Luis Buñuel, Ingmar Bergman, Federico Fellini, Sergio Leone, Mario Bava y Henri-Georges Clouzot, ya que me has pedido diez. Pero podría añadir muchos, de Murnau a Jarmusch, pasando por Zurlini, Melville, Hawks, Risi, Fisher, Franju, Fregonese…

P.: Sumando autorías individuales, compartidas y colectivas, has publicado cerca de 70 libros, muchos de ellos dedicados a estudiar los géneros, como el western europeo, a cuyo mayor creador, Sergio Leone, has dedicado varios libros. ¿Por qué debemos reivindicar este cine, de ordinario vituperado por toda clase de prejuicios propios de esnobs desinformados?

R.: Porque tiene encanto, interés y personalidad, y aborda grandes temas y cuestiones trascendentes sin pretenciosidad alguna. Por ejemplo, Leone, ya que lo mentas, mediante sus westerns, al cambiar el rumbo de ese género bajo su personal perspectiva, creó la coproducción cultural. ¡Nada menos!

P.: Hablemos de cine español. Es un hecho incontestable, al menos para mí, que lo mejor de nuestra cinematografía, en líneas generales, se realiza bajo el franquismo. ¿Cuál dirías que es la década dorada del cine español, bien en lo cualitativo, bien en lo cuantitativo?

R.: No puedo estar más de acuerdo. Yo de franquista no tengo nada, pero tras el fin de la dictadura nuestro cine decayó en calidad, inquietudes y clase, esto me parece irrefutable; incluso cineastas que fueron condicionados por la censura franquista hicieron peores películas al trabajar sin cortapisas, y el mejor ejemplo es Berlanga. En cuanto a esa década dorada, yo la situaría entre 1955 y 1965.

P.: ¿Quiénes son, desde tu punto de vista y en ordenación jerárquica, nuestros mejores cineastas?

R.: Primero Buñuel, después nadie y luego los demás. De todos modos, el cine español admite una jerarquía de películas antes que de realizadores, dado que a menudo directores por lo común grisáceos han brindado obras maestras y otros supuestamente magníficos se descuelgan con bodrios autocomplacientes.

P.: Tus últimos libros han sido Eugenio Martín. Un autor para todos los géneros, coescrito por tu mujer, Anita Haas, Cine y Jazz  y Cine cómico español, 1950-1961. En los tres vuelves a cubrir importantes huecos en la bibliografía cinematográfica española.

R.: En efecto, procuro escribir sobre temas o profesionales que no han recibido la atención que considero justa, me resulta muy estimulante proceder así. El libro sobre Eugenio Martín fue el segundo que escribí con Anita, el primero versaba sobre el finado John Phillip Law; ambos los editó y diseñó de maravilla Javier G. Romero, un genio al que aún no se ha prestado la formidable atención debida, que maqueta como pocos, quizá nadie, en España. Yo escribo asimismo en su revista, Cine-Bis, en la cual publico sobre temas queridos que ninguna otra del mundo admitiría, desde el antedicho Fregonese hasta el dr. Mabuse, amén de entrevistas con gente de la cual, y volvemos a lo de antes, no existe bibliografía en español: Antonio Margheriti, Chelo Alonso, etc… Cine y Jazz era un proyecto que acaricié durante muchos años, unos veinte. Al final cuajó de la mejor manera; o sea, una edición lujosa a precio económico, por parte de Cátedra; el éxito de ventas fue elevado, y enseguida requirió una segunda edición. Jamás olvidaré la presentación, en el Café Central madrileño, que es como mi segundo hogar, con un concierto de mi amigo Jerry González, un genio del Latin Jazz recientemente fallecido; también asocio este libro con otro amigo fallecido, Jesús Franco, a quien se lo dediqué póstumamente y sobre quien he escrito dos libros, uno en Italia y otro en España. Finalmente, Cine cómico español, 1950-1961 me permitió abordar uno de mis bloques favoritos de nuestro cine, inaugurando una colección de cine en la editorial de Pablo Herranz, hasta entonces volcada en el Comic; Herranz se portó estupendamente, y no recortó ninguna de las disposiciones de Romero para que el libro fuera espléndido en términos visuales. En esto se parece a Cine y Jazz: libro de lujo a precio económico.

P.: Tras los dedicados a Leone, Eastwood, Bava y Jesús Franco, hace poco has aportado un quinto en la colección Cineastas de Cátedra, sobre Jean-Pierre Melville. 

R.: Sí, pensaba que yo era el autor ideal, tanto por lo que significó para mí el cine de Melville durante mi adolescencia y juventud cuanto por haber sido amigo de Howard Vernon en los últimos diez años de su vida. Ya sabes que Vernon y Melville estuvieron muy unidos durante unos veinticinco años, y Vernon trabajó en varias películas de Melville, delante o detrás de la cámara. Poco antes de escribir este libro publiqué precisamente una entrevista con Vernon, en Cine-Bis. Sin haber oído tantas cosas a Vernon sobre Melville, muchas de las cuales reproduje en esa entrevista, quizá no me hubiera atrevido a escribir el libro; después de todo, soy el único amigo que tuvo Vernon en España, aparte de Jesús Franco y de Jack Taylor.

P.: ¿Estás satisfecho de tu trayectoria paralela como novelista?

R.: Mucho. Creo que las cinco novelas que he publicado hasta la fecha (La interferencia, Simbiosis, Coproducción, Nueve colores sangra la luna y Un hombre, cinco balas) son personales y entretenidas, que no es poco. Más virtudes no enumeraré, por modestia, jajaja. Ahora en serio, pienso que mis novelas y mis ensayos cinematográficos se complementan de alguna manera, se explican e iluminan entre sí. La última, en particular, me posibilitó cumplir un sueño adolescente: escribir una novela del Oeste. Y, que yo sepa, supone la única novela ilustrada mediante fotogramas de películas, que identifican los personajes con actores más o menos famosos. También en este caso estoy agradecido a Romero, pues hizo un diseño precioso, amén de escribir el magnífico prólogo, sin olvidar el entusiasmo con que acogió la propuesta su editor, Miguel San José Romano, con quien yo había publicado ya dos libros, La espada mágica, que prologó el antes mentado John Phillip Law, y Yakuza Cinema, coescrito con mi hermano Daniel, que vive en Tokio.

P.: Una última pregunta antes de finalizar: ¿qué les dirías a las nuevas generaciones de cinéfilos ante el tétrico panorama de disolución que se presenta en el mundo del cine?

R.: Que vean los clásicos, sin apartar el cine mudo; si no están ya irreversiblemente embrutecidos, quedarán fascinados. Y que no consientan la decadencia de la cultura escrita: leer es un placer singularmente bello, enriquecedor e íntimo.

Una entrevista de
José Antonio Bielsa Arbiol